sábado, octubre 11, 2008

Livi'n la vida ebria

Carajo, en este pinche pueblo no hay un méndigo lugar para poder embriagarse decentemente después de las dos de mañana, esas fueron las palabras del calendebrio al darse cuenta que ya no teníamos alcohol para seguir la fiesta.
Y es que aquí es más facil conseguir una grapa que un six, pero en fin, así todos trepados en el "parabocho" seguimos el trayecto de la fiesta, de la cual ya no nos acordábamos ni qué celebrábamos.
Pa' dónde la seguimos, dije yo, en un rato de conciencia mientras ponía en el estero un Cd de U2, pus pal table dance, fue la respuesta pronta que dió el tableman (el cual por cierto es casi casi el rey de esos antros, ya hasta le quieren poner una placa con su nombre, en varios de ellos), y así bajo los gritos de batalla de "hay papá", y "shocoloco", nos dirijimos a uno de esos centros de sano esparcimiento, al entrar las bocinas anunciaban el ultimo show. Pero me cae que estaba ya tan ebrio que les juro que el antro se me figuraba que era igualito al de la película "Del crepuculo al amanercer", yo ya estaba esperando que en cualquier momento saliera la buenísima de Salma Hayek caracterizada de "Satanico pandemonium". Pero en su lugar salió una tal Alexa la cual al ritmo de ese bodrio de canción llamada Livi'n la Vida loca, se contoneaba por todo el escenario mientras que el "tableman" le aventaba media quincena.
Para ese entonces el "Jefe maya" ya le recitaba unos poemas a una "musa" que se había apañado, así transcurrió un buen rato la velada hasta que delicadamente nos mandaron a fregar a otra parte porque ahí ya se había terminado de fiesta.
Salimos entonces, y nos trepamos al "parabocho" dispuestos a seguir con nuestro desmadre en otra parte, el único problema es que nuestro conductor designado ya se nos había perdido, y como el resto de la banda estaba ya condiciones de verdad lamentables, tuve que regresar al antro para ver por donde se había quedado el dueño de la nave, luego de una fuerte pesquisa, y debido a la falta de éxito pasé a hacer una escala técnica, y fue ahí donde para sorpresa mía lo encontré, dormidito cual su costumbre en la taza del baño.
Ya en el camino a la nada, como siempre el "Tangui-roji", se estaba poniendo impertinente, y en su necedad decía que quería ir a platicar con unas amigas, así que tuvimos que recordarle vía unas mentadas que en ese lugar estaba vetado, ya que cuando se les cruzaban los cables le da por madrearse a la primera que se le ponga en frente, lo bueno fue que luego que se las refrescamos se volvió a dormir.
A la par de eso calendebrio, y el jefe maya comenzaron a llorar porque se acordaron que habían matado a Paco Stanley, ya creo que hasta lloraban por la muerte del Tohui Panda, y por la derrota del Atlas contra el Toluca. Lo bueno fue que el drama se calmó a la hora que llegamos a un clande para aprovisionarnos con dos cartones de chelas.
Ya en plena inconciencia la "Chucha" estaba tratando de tener contacto metafísico con Freddie Mercury, y es que asegura que desde que se tomó la copa con él en Cuernavaca, se le aparece todas las noches, para platicarles todas sus experiencias.
El reloj marcaba las seis de la mañana, y uno a uno nos fuimos quedando en nuestros respectivos "chuchitiles felinos", ya en el interior de mi habitación los recuerdos se agolpaban en la mente todavía embotada por tanto alcohol, y con él pude ver entonces al mundo como un gran calidoscopio, el cual se rompía en mil pedazos al ritmo de una vieja canción de los Caifanes, que decía; Hay veces que quisiera ahogarte en un grito/ y olvidarme de esa imagen tuya/ pero no me atrevo. Y así, mientras la música sonaba, yo solo buscaba el momento para huir de mi.

jueves, octubre 09, 2008

Noches de neón

Sus ojos son como una encrucijada, tiene 23 años y un cuerpo que es un paisaje de deseos, camina como si flotara sobre la pista y se mueve como si el diablo fuera su sombra. Chelsie habita su propio castillo de pasiones, baila como profesional y cada quiebre de cintura es un abismo de perversiones. Su piel sabe de humedades y sus piernas son una promesa de insomnios. Jura que no conoce el amor, su vida no es una tonta canción, pero le encanta dejarse llevar por las baladas de Bon Jovi. Sus movimientos son una tormenta eléctrica.
Chelsie es la reina de aquel bar, que frecuenta un tipo apodado el Tableman, en ese lugar ella asume su trono con naturalidad, siempre sonríe con malicia cuando el tableman le promete el cielo o el infierno. Nunca lo besa en la boca y siempre finge el placer. El anuncio de neón de ese table dance es la señal de que hay ángeles que habitan en la semioscuridad. Ella no huye de sí misma ni de sus circunstancias, su mirada ingenua hace pensar que aún no sabe lo que hace ahí ni como llegó.
Siempre la puedes encontrar en la madrugada, esperando ser la dueña de las caricias de aquellos parroquianos que deambulan por las noches en busca de un regazo que les de consuelo.
Para muchos como el tableman ella es, la causa de sus desvelos, el origen de tu fiebre, acaso una musa de tus delirios, quizá la razón de su locura, o tan solo el motivo de su lujuria. Y para ser tanto no cobra mucho, apenas 150 pesos por tres minutos, mientras suena una rola lenta y triste que es como el saudtrack de los desesperados de los eternos perdedores.
Ella te mira desde su altar con odio, pero trata de ser amable. Pides un ron con coca y sabes que apenas con probarlo te generará desconfianza. El antro es pequeño y por todos lados hay espejos, como si no bastara con saber que normalmente los borrachos ponen cara de idiotas, como si se trata de recordarles que su sonrisa nunca dejará de ser una mueca absurda. Por todos lados hay mujeres de abundantes carnes, con bikinis breves y criterio amplio. El aroma es una mezcla de sudores varios y perfumes baratos.
Tu mirada se prende de una cintura breve. Ella se acerca, a los parroquianos y le pide un cigarro. Los mira como si fueras el galán de moda, y sonríe con oficio de seductora. “Me invitas un trago”. Asientes con la cabeza. Se sienta en tus piernas y ofrece explicaciones no pedidas: “Me llamo Chesse y me encantan los hombres guapos”.
Esas mis mas palabras se las repitió al tableman, y bastaron para que este se enamorará, el sabia que esa relación era solo un sueño

miércoles, octubre 08, 2008

Y sin pensar



Nuevamente estoy frente a una computadora tecleando palabras sin cesar, para tratar de mitigar eso que siento en mi corazón, y que antes lo podía aplacar con litros y litros de alcohol, en mis años de etílico activo fui un habitué de los antros de mala muerte, a tal grado, que una silla de la barra tenía imaginariamente estampado con vino tinto mi nombre.
Por las noches locas y etílicas vi transitar la estampa rancia de la fauna bohemia, desde los famosos, desde políticos mesiánicos, hasta cineastas, humoristas, actores y actrices, funcionarios de medio pelo, entre otros., y claro damas de la noche que camuflajeadas aparecían para ofrecer sus carnales filetes cariñositos por una tarifa especial para los fogosos clientes noctámbulos.
Pero ahora ya ni eso logra aturdir mi mente, en la cual tu imagen se adentra mas, mas y más se hace como un tatuaje imborrable, que al quererlo quitar solo logro desgarrarlo mas, aquí sigo sin sentido escribiendo sin importarme lo que tecleo solo ignorandome a mi mismo.
Y es que la vida, como los transportes públicos, está salpicada de paradas. Algunas, la mayor parte, son discrecionales, o sea, a criterio del conductor, aunque de vez en cuando la vida nos retiene en tremendas paradas obligatorias. En las discrecionales nos detenemos sencillamente porque algo o alguien quiere apearse o montarse al carro y, en cualquier caso, subir o bajar, aceptar o renunciar, creer o dudar son cosas que bien merecen un alto en el camino aunque sea a costa de perder un poco de tiempo. Al fin y al cabo, el tiempo es como el dinero: si lo tienes y lo gastas, ya no lo tienes, pero si lo tienes y no lo usas es como si no lo tuvieras.
Siempre son deseables las paradas discrecionales. Tal vez no nos hacen mejores pero, en cualquier caso, nos hacen crecer. En cambio, en las paradas obligatorias la Providencia o el Destino toman la manija y deciden dónde y cuándo echar el freno sin tener en cuenta la opinión del conductor.
Las paradas obligatorias no son la muerte, pero la muerte está revoloteando por ahí y su presencia nos lleva a pensar en ¿Cómo sería el mundo sin nosotros? ¿Qué diría la gente?, o como en una canción de juventud en la que uno se preguntaba ¿Quién certificaría que había muerto de muerte natural?, ¿Cuál de todos mis amores llevaría flores al funeral...? Acaso serás tú.
Una parada obligatoria puede ser un paseo prodigioso por el filo entre lo que fuimos y lo que creímos ser, y yo ya no se ni quien soy.
Quizás sea un hombre fuera de su tiempo, casi fuera de la sociedad en la que vivo, arrinconado ni voluntaria ni del todo involuntariamente. Como si vivieran dos “yos” dentro de mi, por momentos siento desprecio por los rasgos más humanos que tengo y los que detecto fuera, y es entonces cuando me siento más un lobo estepario, solitario y fiero, viajero de las noches, tal vez libre. Pero también hay momentos en los que me siento más hombre que lobo, más estepario que hombre. En los que echo de menos sentirme incluido en el bullir de la vida, ese mismo bullir que otras veces me provoca una mueca de asco, pero las más de gusto, quizás el problema es que todos estos sentimientos están por reventar en mi cara, o en tus manos.
¿sera tan dificil decir que te quiero?

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